domingo, 28 de enero de 2018

TRES OBRAS DE MIERDA

TRES OBRAS DE MIERDA
Historia, tragedia y farsa en cien años de arte  moderno


Doña Melania Trump, cuyo acto de rebeldía supremo ha sido airear unas fotografías suyas del brazo de un apuesto marine mientras que su esposo –el increíble presidente de los Estados de Unidos de América-  viajaba a Davos con el escándalo a cuestas de su relación con una actriz porno, solicitó en 2017 al Museo Guggenheim de Nueva York una obra de Van Gogh para contribuir a la decoración de la Casa Blanca. Ha sido una política habitual entre los presidentes americanos, cuyos gustos personales han estado matizados por los conservadores de arte de la residencia presidencial, publicitar el arte nacional por medio de préstamos de obras e instituciones con notable eco mediático.

La respuesta ha sido que la obra en cuestión, Paisaje nevado (1888),  estaba comprometida para una exposición en el Guggenheim Bilbao por lo que, con independencia de que formaba parte de un legado -la colección Thannhauser- con notables restricciones para su préstamo, la operación era inviable.

Pero como la ocasión la pintan con un solo pelo y hay que aferrarse a él como se pueda, la conservadora Nancy Spector ofrece a la Primera dama una alternativa que, con la superioridad ética de la que solemos hacer gala de vez en cuando quienes nos dedicamos a estas cosas de la “cultura”, se convierte más en una patada en el culo (séame permitida esta licencia ya que vamos a escribir de wáteres) recibida por la pobre Melania cuando resulta evidente que va dirigida a su todopoderoso marido. Pero no quitemos mérito a la acción porque, a diferencia de tantas y tantas ocasiones en las que clavamos la lanza al moro muerto, Trump está vivito y coleando. ¡Vaya que sí!

La oferta tiene un nombre: América. Y un autor: Maurizio Cattelan (Padua, 1970) uno de los niños terribles de la posmodernidad, lo que dado el panorama actual tampoco representa tan gran hazaña. Se labró un puesto en el arte actual con una escultura en la que criticaba a Juan Pablo II (Hora nona, 1999) aunque su  máxima notoriedad pública le llega con El árbol del pecado (2004) en cuyas ramas ahorcó a tres niños de donde termina por bajarlos debido a la airada reacción de cierto tipo de público. El espíritu vanguardista aún nos calienta y uno de sus rescoldos es, sin duda, el de “épater le bourgeois”. Basta que provoques una escandalera para que el precio de tu obra se dispare. Y que las posibilidades de exponer se multipliquen.

Como el resto de los artistas de su generación más calificable por su ingenio que por su genio, Cattelan idea en 2015, para una exposición el año siguiente en el Guggenheim de Nueva York, un wáter de oro macizo valorado en un pobre millón de dólares, muy lejanos a los setenta y dos  de la Calavera (2008) de Damien Hirst pero más cercano al Fantasy Bra de Victoria Secret cuyo precio se calcula en un millón setecientos mil. Cerca de cien mil personas lo vieron, y lo usaron quienes tuvieron necesidad real o ficticia, porque estaba en un servicio, neutro de género, abierto al público. Nancy Spector (Spector, Nancy. El inodoro dorado de Maurizio Cattelan en tiempos de Trump. https://www.guggenheim.org/blogs/checklist/maurizio-cattelans-golden-toilet-in-the-time-of-trump) ya había publicado una reseña en la que se explicitaba el origen, el proceso y vinculaba, definitivamente, inodoro y Trump.

¿Por qué América?

Vaya usted a saber lo que pasa por la cabeza de un artista posmoderno pero dado que ellos mismos han dejado huérfanas a sus obras, nosotros estamos legitimados para indagar sobre su filiación. A cualquiera interesando en estas cuestiones no le habrá pasado desapercibida la relación de esta propuesta con la Fuente (1917) de Marcel Duchamp (1887-1968). Y convendría tener presente que, en la mayoría de los casos,  una obra de arte debe más a otras obras de arte que a la propia imaginación del creador.

A mediados de la segunda década del siglo XX Duchamp era un reputado pintor cubista que había realizado la no menos famosa Desnudo bajando una escalera (1912) que fue expuesta en el Armory Show de Nueva York (1913) y ante la cual los visitantes (quizá estimulados porque el American Art News había ofrecido un premio de diez dólares a la mejor explicación de la obra) hicieron colas de más de media hora. La aventura cubista, para Duchamp, tocaba a su fin. Su genio pergeñaba otras salidas para un arte que se alejaba cada vez más de la experiencia realista. Por esas fechas –y en sintonía con lo que luego sería Dadá- comenzó a interesarse por el azar aplicado al arte y crea los ready-made. Y este concepto de creación, aplicado a un objeto encontrado (rueda de bicicleta o botellero), me parece –ahora sí- muy pertinente.

Eximido de incorporarse a filas por un problema cardiaco, aceptó la aventura propuesta por Otto Pach y a mediados de junio de 1915 marchó a Nueva York. A principios de 1917 se fundó la Sociedad de Artistas Independientes que organizó una muestra en la que Duchamp fue nombrado miembro del comité de selección. 1200 artistas, 2125 obras en la mayor exposición celebrada en América. Pero en ella no estaba Fuente (1917), firmada por R. Mutt, que fue rechazada para el evento aunque expuesta, con posterioridad, en la Galería de Alfred Stieglitz quien realizó una fotografía de ella, único testimonio coetáneo al objeto puesto que éste, como tal, desapareció.

De forma airada apareció una protesta en el número 2, y último, de The Blind Man bajo el título “El caso Richard Mutt (Carta abierta a los americanos)” donde se recogía:
Parece que cualquier artista que pague seis dólares puede exponer. El señor Richard Mutt envió una fuente. Sin ninguna explicación, su envío desapareció y nunca fue expuesto. ¿En qué se han fundamentado para rechazar la fuente del Sr. Mutt?
                1. Unos juzgaron que era inmoral, vulgar.
                2. Otros que se trataba de un plagio: un simple aparato de fontanería.
                Sin embargo, la fuente del Sr. Mutt no es inmoral. Es un accesorio que puede verse a diario en los escaparates de las tiendas de sanitarios.
                Que el Sr. Mutt haya fabricado la fuente con sus propias manos, o no, carece de importancia. Él la ha escogido. Ha tomado un elemento de la vida cotidiana y lo ha dispuesto de tal forma que el significado utilitario desaparece bajo el nuevo título y el nuevo punto de vista: ha creado un nuevo pensamiento para el objeto.
                En cuanto a la fontanería, es absurdo; las únicas obras de arte que ha producido América son sus aparatos sanitarios y sus puentes.

La Fuente había sido enviada por Duchamp quien la había seleccionado, en compañía de su amigo el  coleccionista Walter Arensberg y del pintor Joseph Stella, en una tienda de sanitarios. Se trataba de un urinario al que se había girado y añadido una firma y una fecha.

De esa Fuente, que todavía podía adquirirse en los años sesenta, se hicieron por encargo de Duchamp diversas réplicas conservadas en diferentes museos y colecciones; la de la imagen se encuentra en el Moderna Museet de Estocolmo. Hoy es uno de los objetos capitales en la historia del arte moderno. A través de ella se santifica la intuición de Leonardo de que “el arte es una cosa mental” y el artista alcanza la categoría de mago, de chamán, que toma la materia, cualquier materia, y con la sola fuerza de su palabra crea otro objeto que solo a él, nuevo dios laico, debe su existencia.

¿No es acaso eso la creación?

Parecen resonar algunas de las expresiones del texto citado cuando pensamos en la obra de Cattelan:  “las únicas obras de arte que ha producido América son sus aparatos sanitarios”.

Cien años después (atención: ¡cien años después!) otro aparato sanitario saltaba a la aldea global con la amplificación propia de las nuevas tecnologías. Sin apenas importancia. Como que no quiera la cosa. Cattelan dice: Sea lo que sea que comas, un almuerzo de doscientos dólares o un perrito caliente de dos dólares, los resultados son los mismos, según el aseo.

El buen gusto, ¡tiene guasa!, le impide explicitar qué: mierda.

Cattelan nos ha propuesto un brillante y valioso bibelot nacido para llamar la atención del espectador por su mera pirueta conceptual. Es brillante y es valioso solo porque está hecho de oro no porque contenga el germen de nuevas experiencias estéticas. Es redundante, trivial y autocomplaciente y, en su artificioso acabado, palidece ante la sobriedad de la Fuente que le sirvió de inspiración y a la que no es capaz de restar un ápice del aura que le hemos atribuido. América es una obra tan patética como la sociedad para la que está hecha y que la celebra.

Entre ambas, la Fuente y América, hay otra propuesta notable que permitió la continuidad del proyecto duchampiano.

Harto de no encontrar el eco deseado a sus creaciones y poco antes de su muerte, alcoholizado y sin haber cumplido los treinta, Piero Manzoni (1933-1963) había decidido envasar sus excrementos en 90 latas de 30 gramos que mostró por primera vez, 1961, en la Galleria Pescetto de Albissola Marina. Si lo que se exponía y se compraba era “mierda”, si tal como había dicho el dadaísta alemán Kurt Schwitters Todo lo que escupe el artista, es arte, por qué no iba a serlo la propia mierda cuya autenticidad garantizaba Manzoni con su firma y numeración.

No se trataba de una irónica metáfora visual como ya había hecho Salvador Dalí con su Labios de rubí (1949). Se trataba, después de voluntarismo irracional del Expresionismo abstracto, de un retorno a lo real quizá en contradicción con la actitud de Duchamp (de quien beben –evidentemente- los artistas conceptuales) que trascendía la materialidad del irrelevante objeto inerte hasta convertirlo, gracias a su voluntad, en arte.

¿Por qué no iba a tener mercado la propia Mierda de artista? Y ¿no era lógico que, puestos a poner precio, no fuese el del propio oro? Y así fue. Ese fue su precio de salida. Agostino Bonalumi, amigo de Piero Manzoni,  publicó en el Corriere della Sera el 11 de junio de 2007 que las latas solo contenían yeso y para comprobarlo les pedía a los dueños, alguno de los cuales había llegado a pagar por una 125.000 euros, que las abriesen. No se tienen noticia de que ninguno haya aceptado el reto. A estas alturas ¿era significativo que se tratase verdaderamente de mierda? Parece ser que no. En 2013, la lata número 12 alcanzó 146.000 euros; en 2015, la 54, 256.000 y en diciembre de 2016, se subastó en Milán el ejemplar 69 que, con un precio de salida de 80.000 euros, llegó hasta los 275.000.

¡Qué grandes expectativas se le hubieran abierto a Manzoni con ese capital!

Su propuesta, como aquellas otras de firmar personas para convertirlas en obras de arte o las de vender líneas trazadas en un papel a un precio que dependía estrictamente de su longitud muestra la fase final del trágico camino al que condujo a no pocos artistas el espíritu de las vanguardias.

Recipiente escatológico, América, mierda, oro… he aquí los conceptos de los que parte Cattelan a la hora de plantearnos su producto. Pero como buen posmoderno, Cattelan hace trampa. Sin un contexto adecuado su obra no habría pasado de una febril ocurrencia. Ayer todos los periódicos del mundo reían una gracia que alcanzaba fortuna no por ser eco proyectado sino porque doña Melania, en su ingenuidad, cometió el error de solicitar algo de la “intelligentsia” yanqui.

Somos seres configurados por el azar pero también por la historia. Unas veces luchamos contra ella y otras nos la apropiamos. Pero la historia es tozuda y obedece a sus propias leyes. Bien haríamos en tener presente lo dicho por Marx, parafraseando a Hegel sobre el 18 de Brumario, que la Historia (la Fuente) se repite. La primera vez, como tragedia (Mierda de artista). La segunda, como farsa (América).


Arturo Caballero Bastardo

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