TRES OBRAS DE MIERDA
Historia, tragedia y farsa en cien años
de arte moderno
Doña Melania Trump, cuyo acto de rebeldía supremo ha sido airear unas fotografías suyas del brazo de un apuesto marine mientras que su esposo –el increíble presidente de los Estados de Unidos de América- viajaba a Davos con el escándalo a cuestas de su relación con una actriz porno, solicitó en 2017 al Museo Guggenheim de Nueva York una obra de Van Gogh para contribuir a la decoración de la Casa Blanca. Ha sido una política habitual entre los presidentes americanos, cuyos gustos personales han estado matizados por los conservadores de arte de la residencia presidencial, publicitar el arte nacional por medio de préstamos de obras e instituciones con notable eco mediático.
La respuesta ha sido que la obra en cuestión, Paisaje nevado (1888), estaba comprometida para una exposición en el
Guggenheim Bilbao por lo que, con independencia de que formaba parte de un
legado -la colección Thannhauser- con notables restricciones para su préstamo,
la operación era inviable.
Pero como la ocasión la pintan con un solo pelo y hay
que aferrarse a él como se pueda, la conservadora Nancy Spector ofrece a la Primera
dama una alternativa que, con la superioridad ética de la que solemos hacer
gala de vez en cuando quienes nos dedicamos a estas cosas de la “cultura”, se
convierte más en una patada en el culo (séame permitida esta licencia ya que
vamos a escribir de wáteres) recibida por la pobre Melania cuando resulta
evidente que va dirigida a su todopoderoso marido. Pero no quitemos mérito a la
acción porque, a diferencia de tantas y tantas ocasiones en las que clavamos la
lanza al moro muerto, Trump está vivito y coleando. ¡Vaya que sí!
La oferta tiene un nombre: América. Y un autor: Maurizio Cattelan (Padua, 1970) uno de los
niños terribles de la posmodernidad, lo que dado el panorama actual tampoco representa
tan gran hazaña. Se labró un puesto en el arte actual con una escultura en la
que criticaba a Juan Pablo II (Hora nona,
1999) aunque su máxima notoriedad
pública le llega con El árbol del pecado
(2004) en cuyas ramas ahorcó a tres niños de donde termina por bajarlos debido
a la airada reacción de cierto tipo de público. El espíritu vanguardista aún nos
calienta y uno de sus rescoldos es, sin duda, el de “épater le bourgeois”.
Basta que provoques una escandalera para que el precio de tu obra se dispare. Y
que las posibilidades de exponer se multipliquen.
Como el resto de los artistas de su generación más calificable
por su ingenio que por su genio, Cattelan idea en 2015, para una exposición el
año siguiente en el Guggenheim de Nueva York, un wáter de oro macizo valorado
en un pobre millón de dólares, muy lejanos a los setenta y dos de la Calavera
(2008) de Damien Hirst pero más cercano al Fantasy Bra de Victoria Secret cuyo precio se calcula en un millón
setecientos mil. Cerca de cien mil personas lo vieron, y lo usaron quienes
tuvieron necesidad real o ficticia, porque estaba en un servicio, neutro de
género, abierto al público. Nancy Spector (Spector, Nancy. El inodoro dorado de Maurizio Cattelan en tiempos de Trump.
https://www.guggenheim.org/blogs/checklist/maurizio-cattelans-golden-toilet-in-the-time-of-trump)
ya había publicado una reseña en la que se explicitaba el origen, el proceso y
vinculaba, definitivamente, inodoro y Trump.
¿Por qué América?
Vaya usted a saber lo que pasa por la cabeza de un
artista posmoderno pero dado que ellos mismos han dejado huérfanas a sus obras,
nosotros estamos legitimados para indagar sobre su filiación. A cualquiera interesando
en estas cuestiones no le habrá pasado desapercibida la relación de esta propuesta
con la Fuente (1917) de Marcel
Duchamp (1887-1968). Y convendría tener presente que, en la mayoría de los
casos, una obra de arte debe más a otras
obras de arte que a la propia imaginación del creador.
A mediados de la segunda década del siglo XX
Duchamp era un reputado pintor cubista que había realizado la no menos famosa Desnudo bajando una escalera (1912) que
fue expuesta en el Armory Show de Nueva York (1913) y ante la cual los
visitantes (quizá estimulados porque el American Art News había ofrecido un
premio de diez dólares a la mejor explicación de la obra) hicieron colas de más
de media hora. La aventura cubista, para Duchamp, tocaba a su fin. Su genio
pergeñaba otras salidas para un arte que se alejaba cada vez más de la experiencia
realista. Por esas fechas –y en sintonía con lo que luego sería Dadá- comenzó a
interesarse por el azar aplicado al arte y crea los ready-made. Y este concepto
de creación, aplicado a un objeto encontrado (rueda de bicicleta o botellero),
me parece –ahora sí- muy pertinente.
Eximido de incorporarse a filas por un problema
cardiaco, aceptó la aventura propuesta por Otto Pach y a mediados de junio de
1915 marchó a Nueva York. A principios de 1917 se fundó la Sociedad de Artistas
Independientes que organizó una muestra en la que Duchamp fue nombrado miembro
del comité de selección. 1200 artistas, 2125 obras en la mayor exposición
celebrada en América. Pero en ella no estaba Fuente (1917), firmada por R. Mutt, que fue rechazada para el
evento aunque expuesta, con posterioridad, en la Galería de Alfred Stieglitz quien
realizó una fotografía de ella, único testimonio coetáneo al objeto puesto que éste,
como tal, desapareció.
De forma airada apareció una protesta en el número
2, y último, de The Blind Man bajo el título “El caso Richard Mutt (Carta
abierta a los americanos)” donde se recogía:
Parece que
cualquier artista que pague seis dólares puede exponer. El señor Richard Mutt
envió una fuente. Sin ninguna explicación, su envío desapareció y nunca fue
expuesto. ¿En qué se han fundamentado para rechazar la fuente del Sr. Mutt?
1. Unos juzgaron que era
inmoral, vulgar.
2. Otros que se trataba de un
plagio: un simple aparato de fontanería.
Sin embargo, la fuente del Sr.
Mutt no es inmoral. Es un accesorio que puede verse a diario en los escaparates
de las tiendas de sanitarios.
Que el Sr. Mutt haya fabricado
la fuente con sus propias manos, o no, carece de importancia. Él la ha escogido.
Ha tomado un elemento de la vida cotidiana y lo ha dispuesto de tal forma que
el significado utilitario desaparece bajo el nuevo título y el nuevo punto de
vista: ha creado un nuevo pensamiento para el objeto.
En cuanto a la fontanería, es
absurdo; las únicas obras de arte que ha producido América son sus aparatos
sanitarios y sus puentes.
La Fuente
había sido enviada por Duchamp quien la había seleccionado, en compañía de su
amigo el coleccionista Walter Arensberg
y del pintor Joseph Stella, en una tienda de sanitarios. Se trataba de un
urinario al que se había girado y añadido una firma y una fecha.
De esa Fuente,
que todavía podía adquirirse en los años sesenta, se hicieron por encargo de
Duchamp diversas réplicas conservadas en diferentes museos y colecciones; la de
la imagen se encuentra en el Moderna Museet de Estocolmo. Hoy es uno de los
objetos capitales en la historia del arte moderno. A través de ella se
santifica la intuición de Leonardo de que “el arte es una cosa mental” y el
artista alcanza la categoría de mago, de chamán, que toma la materia, cualquier
materia, y con la sola fuerza de su palabra crea otro objeto que solo a él,
nuevo dios laico, debe su existencia.
¿No es acaso eso la creación?
Parecen resonar algunas de las expresiones del
texto citado cuando pensamos en la obra de Cattelan: “las únicas obras de arte que ha producido
América son sus aparatos sanitarios”.
Cien años después (atención: ¡cien años después!)
otro aparato sanitario saltaba a la aldea global con la amplificación propia de
las nuevas tecnologías. Sin apenas importancia. Como que no quiera la cosa.
Cattelan dice: Sea lo que sea que comas,
un almuerzo de doscientos dólares o un perrito caliente de dos dólares, los
resultados son los mismos, según el aseo.
El buen gusto, ¡tiene guasa!, le impide explicitar
qué: mierda.
Cattelan nos ha propuesto un brillante y valioso
bibelot nacido para llamar la atención del espectador por su mera pirueta
conceptual. Es brillante y es valioso solo porque está hecho de oro no porque
contenga el germen de nuevas experiencias estéticas. Es redundante, trivial y autocomplaciente
y, en su artificioso acabado, palidece ante la sobriedad de la Fuente que le sirvió de inspiración y a
la que no es capaz de restar un ápice del aura que le hemos atribuido. América es una obra tan patética como la
sociedad para la que está hecha y que la celebra.
Entre ambas, la Fuente
y América, hay otra propuesta notable
que permitió la continuidad del proyecto duchampiano.
Harto de no encontrar el eco deseado a sus
creaciones y poco antes de su muerte, alcoholizado y sin haber cumplido los
treinta, Piero Manzoni (1933-1963) había decidido envasar sus excrementos en 90
latas de 30 gramos que mostró por primera vez, 1961, en la Galleria Pescetto de
Albissola Marina. Si lo que se exponía y se compraba era “mierda”, si tal como
había dicho el dadaísta alemán Kurt Schwitters Todo lo que escupe el artista, es arte, por qué no iba a serlo la
propia mierda cuya autenticidad garantizaba Manzoni con su firma y numeración.
No se trataba de una irónica metáfora visual como
ya había hecho Salvador Dalí con su Labios
de rubí (1949). Se trataba, después de voluntarismo irracional del Expresionismo
abstracto, de un retorno a lo real quizá en contradicción con la actitud de Duchamp
(de quien beben –evidentemente- los artistas conceptuales) que trascendía la
materialidad del irrelevante objeto inerte hasta convertirlo, gracias a su
voluntad, en arte.
¿Por qué no iba a tener mercado la propia Mierda de artista? Y ¿no era lógico que,
puestos a poner precio, no fuese el del propio oro? Y así fue. Ese fue su
precio de salida. Agostino Bonalumi, amigo de Piero Manzoni, publicó en el Corriere della Sera el 11 de
junio de 2007 que las latas solo contenían yeso y para comprobarlo les pedía a
los dueños, alguno de los cuales había llegado a pagar por una 125.000 euros,
que las abriesen. No se tienen noticia de que ninguno haya aceptado el reto. A
estas alturas ¿era significativo que se tratase verdaderamente de mierda? Parece
ser que no. En 2013, la lata número 12 alcanzó 146.000 euros; en 2015, la 54,
256.000 y en diciembre de 2016, se subastó en Milán el ejemplar 69 que, con un
precio de salida de 80.000 euros, llegó hasta los 275.000.
¡Qué grandes expectativas se le hubieran abierto a
Manzoni con ese capital!
Su propuesta, como aquellas otras de firmar
personas para convertirlas en obras de arte o las de vender líneas trazadas en
un papel a un precio que dependía estrictamente de su longitud muestra la fase
final del trágico camino al que condujo a no pocos artistas el espíritu de las
vanguardias.
Recipiente escatológico, América, mierda, oro… he
aquí los conceptos de los que parte Cattelan a la hora de plantearnos su producto.
Pero como buen posmoderno, Cattelan hace trampa. Sin un contexto adecuado su
obra no habría pasado de una febril ocurrencia. Ayer todos los periódicos del
mundo reían una gracia que alcanzaba fortuna no por ser eco proyectado sino
porque doña Melania, en su ingenuidad, cometió el error de solicitar algo de la
“intelligentsia” yanqui.
Somos seres configurados por el azar pero también
por la historia. Unas veces luchamos contra ella y otras nos la apropiamos. Pero
la historia es tozuda y obedece a sus propias leyes. Bien haríamos en tener presente
lo dicho por Marx, parafraseando a Hegel sobre el 18 de Brumario, que la
Historia (la Fuente) se repite. La
primera vez, como tragedia (Mierda de
artista). La segunda, como farsa (América).
Arturo Caballero Bastardo
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