JOSÉ MARÍA YAGÜE: Cuadros de la naturaleza muerta
Galería Javier Silva (Valladolid)
Termina
Michel Houellebecq El mapa y el
territorio (2010) de una forma absolutamente desesperanzada pero nunca imaginamos tan premonitoria:
“Aquellos
colosos industriales, donde antaño se concentraba el grueso de la capacidad
productiva alemana, ahora estaban herrumbrosos, medio derruidos, y las plantas
colonizaban los antiguos talleres, se infiltraban entre las ruinas y las
envolvían gradualmente en una selva impenetrable.
La
obra que ocupó los últimos años de la vida de Jed Martin puede, pues,
considerarse —es la interpretación más inmediata— una meditación nostálgica
sobre el fin de la era industrial europea, y más en general sobre el carácter
perecedero y transitorio de toda industria humana. Esta interpretación es, sin
embargo, insuficiente para explicar el malestar que nos invade al ver esas
patéticas figuritas parecidas a las del Playmobil, perdidas en medio de una
ciudad futurista abstracta e inmensa que a su vez se desmorona y se disocia y a
continuación parece desperdigarse poco a poco en la inmensidad vegetal que se
extiende hasta el infinito. De ahí ese sentimiento de desolación que se apodera
de nosotros a medida que las representaciones de los seres humanos que habían
acompañado a Jed Martin en el curso de su vida terrenal se desmigajan bajo el
efecto de las intemperies y luego se descomponen y se deshacen en jirones, y
que en los últimos vídeos parecen simbolizar la aniquilación generalizada de la
especie humana. Se hunden, por un instante parece que se debaten hasta que las
asfixian las capas superpuestas de las plantas. Después todo se calma, sólo
quedan hierbas agitadas por el viento. El triunfo de la vegetación es
absoluto.”
Y lo
que era una licencia literaria se convirtió -por la peste que asola nuestras
residencias y que hunde la tambaleante economía minada ya por la anterior
crisis- en una amenazante, cuando no dolorosa, realidad. Hoy podemos ver a
través de las ventanas, los que las poseen, esas hierbas -hermanas de las
referidas por Houellebecq- ocupando el lugar que, de forma natural, alguna vez
les perteneció y que ahora reclaman de manera más humilde y callada que las
manadas de jabalíes en las carreteras del Escorial, el venado corriendo por las
calles de Valladolid, los osos que campean los alrededores de Santibáñez de la
Peña o los lobos que, en el centro de esa misma población, dieron buena cuenta
de un ciervo hace unos pocos días… Con ello no es de extrañar que algunos
piensen que la Naturaleza se está tomando su venganza. Hasta la profusa lluvia de
los últimos días parece que ha querido sumarse a esta extraña situación.
Así
que entrar en la galería de Javier Silva, y ver los Cuadros de la naturaleza muerta de José María Yagüe (Cuéllar, 1973)
fue como penetrar en un mundo que sintonizaba de forma perfecta con la
desolación anímica que nos invade.
No
hay nada natural en nuestra mirada sobre la naturaleza.
Toda
actividad humana es, no puede ser otra cosa, más que una actividad cultural y,
como tal, así ha sido plasmada por el arte. Hay en las imágenes de José María
Yagüe (o por lo menos a mí me parece) reminiscencias de visiones de El Bosco y
de Brueghel que veían sus paisajes como entidades pobladas por seres amenazantes
para lo humano que, en aquellos momentos, aún no podía domeñarlos. Insectos
monstruosos que surgen de charcas infectas; especies híbridas que conquistan a
costa de otras espacios en los que buscan nutrir a su imposible y aberrante prole;
construcciones recolonizadas en cutres soluciones habitacionales.
Justo
entre la última edad media y la balbuceante modernidad podemos situar el inicio
de la transición tecnológica que terminaría por decantar en favor del hombre el
precario equilibrio de este con el entorno. Y ese desequilibrio se ha
demostrado fatal. Y no parece reversible la catástrofe en la que nos
encontramos.
La
cabaña primitiva ya no puede protegernos. Tampoco la choza encima del árbol que
servía de refugio espiritual a nuestro afán escapista de una realidad que, al
inicio de nuestra adolescencia, se mostraba amenazante… Nunca pudimos sospechar
hasta qué punto. Tampoco el entramado tecnológico que ahora parece más fugaz, más
inconsistente, que la paja, la madera o la piedra va a servirnos de ayuda como
no nos apliquemos.
Las
ensoñaciones anunciadoras de José María Yagüe se alimentaban –él mismo lo dice-
de las imágenes plasmadas por Flaherty o Kurosawa y de las charlas de viejos al
amor de la lumbre. En su imaginario era el hombre, roto el cordón umbilical con
su entorno, el causante de la destrucción y no pudo soñar, ni en la peor de sus
pesadillas, que a esa acción criminal de lo humano se uniría la deriva fatal de
la propia naturaleza en forma de epidemia.
Paisajes
para después de la peste.
Y
todo ello con una factura exquisita sobre soportes delicados que remarcan una
manierista contradicción entre fondo y forma. Una más que notable y sugerente,
a pesar del tema, manifestación de habilidad técnica. No os la perdáis.
Paralelamente
el artista tiene abierta en el Museo Esteban Vicente de Segovia (en principio
hasta el 7 de junio) la exposición “La montaña plana. La comarca encantada”.
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