miércoles, 20 de mayo de 2020

PAISAJES PARA DESPUÉS DE LA PESTE

JOSÉ MARÍA YAGÜE: Cuadros de la naturaleza muerta
Galería Javier Silva (Valladolid)


Termina Michel Houellebecq El mapa y el territorio (2010) de una forma absolutamente desesperanzada pero nunca imaginamos tan premonitoria:
“Aquellos colosos industriales, donde antaño se concentraba el grueso de la capacidad productiva alemana, ahora estaban herrumbrosos, medio derruidos, y las plantas colonizaban los antiguos talleres, se infiltraban entre las ruinas y las envolvían gradualmente en una selva impenetrable.
La obra que ocupó los últimos años de la vida de Jed Martin puede, pues, considerarse —es la interpretación más inmediata— una meditación nostálgica sobre el fin de la era industrial europea, y más en general sobre el carácter perecedero y transitorio de toda industria humana. Esta interpretación es, sin embargo, insuficiente para explicar el malestar que nos invade al ver esas patéticas figuritas parecidas a las del Playmobil, perdidas en medio de una ciudad futurista abstracta e inmensa que a su vez se desmorona y se disocia y a continuación parece desperdigarse poco a poco en la inmensidad vegetal que se extiende hasta el infinito. De ahí ese sentimiento de desolación que se apodera de nosotros a medida que las representaciones de los seres humanos que habían acompañado a Jed Martin en el curso de su vida terrenal se desmigajan bajo el efecto de las intemperies y luego se descomponen y se deshacen en jirones, y que en los últimos vídeos parecen simbolizar la aniquilación generalizada de la especie humana. Se hunden, por un instante parece que se debaten hasta que las asfixian las capas superpuestas de las plantas. Después todo se calma, sólo quedan hierbas agitadas por el viento. El triunfo de la vegetación es absoluto.”



Y lo que era una licencia literaria se convirtió -por la peste que asola nuestras residencias y que hunde la tambaleante economía minada ya por la anterior crisis- en una amenazante, cuando no dolorosa, realidad. Hoy podemos ver a través de las ventanas, los que las poseen, esas hierbas -hermanas de las referidas por Houellebecq- ocupando el lugar que, de forma natural, alguna vez les perteneció y que ahora reclaman de manera más humilde y callada que las manadas de jabalíes en las carreteras del Escorial, el venado corriendo por las calles de Valladolid, los osos que campean los alrededores de Santibáñez de la Peña o los lobos que, en el centro de esa misma población, dieron buena cuenta de un ciervo hace unos pocos días… Con ello no es de extrañar que algunos piensen que la Naturaleza se está tomando su venganza. Hasta la profusa lluvia de los últimos días parece que ha querido sumarse a esta extraña situación.

Así que entrar en la galería de Javier Silva, y ver los Cuadros de la naturaleza muerta de José María Yagüe (Cuéllar, 1973) fue como penetrar en un mundo que sintonizaba de forma perfecta con la desolación anímica que nos invade.

No hay nada natural en nuestra mirada sobre la naturaleza.

Toda actividad humana es, no puede ser otra cosa, más que una actividad cultural y, como tal, así ha sido plasmada por el arte. Hay en las imágenes de José María Yagüe (o por lo menos a mí me parece) reminiscencias de visiones de El Bosco y de Brueghel que veían sus paisajes como entidades pobladas por seres amenazantes para lo humano que, en aquellos momentos, aún no podía domeñarlos. Insectos monstruosos que surgen de charcas infectas; especies híbridas que conquistan a costa de otras espacios en los que buscan nutrir a su imposible y aberrante prole; construcciones recolonizadas en cutres soluciones habitacionales.

Justo entre la última edad media y la balbuceante modernidad podemos situar el inicio de la transición tecnológica que terminaría por decantar en favor del hombre el precario equilibrio de este con el entorno. Y ese desequilibrio se ha demostrado fatal. Y no parece reversible la catástrofe en la que nos encontramos.

La cabaña primitiva ya no puede protegernos. Tampoco la choza encima del árbol que servía de refugio espiritual a nuestro afán escapista de una realidad que, al inicio de nuestra adolescencia, se mostraba amenazante… Nunca pudimos sospechar hasta qué punto. Tampoco el entramado tecnológico que ahora parece más fugaz, más inconsistente, que la paja, la madera o la piedra va a servirnos de ayuda como no nos apliquemos.

Las ensoñaciones anunciadoras de José María Yagüe se alimentaban –él mismo lo dice- de las imágenes plasmadas por Flaherty o Kurosawa y de las charlas de viejos al amor de la lumbre. En su imaginario era el hombre, roto el cordón umbilical con su entorno, el causante de la destrucción y no pudo soñar, ni en la peor de sus pesadillas, que a esa acción criminal de lo humano se uniría la deriva fatal de la propia naturaleza en forma de epidemia.


Paisajes para después de la peste.

Y todo ello con una factura exquisita sobre soportes delicados que remarcan una manierista contradicción entre fondo y forma. Una más que notable y sugerente, a pesar del tema, manifestación de habilidad técnica. No os la perdáis.

Paralelamente el artista tiene abierta en el Museo Esteban Vicente de Segovia (en principio hasta el 7 de junio) la exposición “La montaña plana. La comarca encantada”.

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