lunes, 22 de octubre de 2018

SEMINCI 2018

Vuelve la Seminci y vuelve el ajetreo de horarios imposibles y programaciones de difícil justificación. Pero esto es cine, amigos, y directamente en vena, con toda la amplitud de temas y formulaciones visuales que queramos (y más de lo que queramos) para satisfacer los deseos de un público cada vez más añoso enganchado a unas fórmulas alejadas del moderno espectáculo cinematográfico que premia la superficialidad en los asuntos y la acomodación a la demanda del cliente en cuanto a las imágenes.

Una programación oficial que es difícil de seguir para quien se encuentra en plena vida laboral y una serie de ciclos que recogen un sinnúmero de proyecciones de la más variopinta especie. Y fue una de éstas, mi primera película de Seminci:


Carlos Saura: Renzo Piano. Un arquitecto para Santander (2018)
España
Productora: Morena films
Fotografía: Raúl Bartolomé
Duración: 80 minutos

Este verano pude dedicarme con detenimiento a fotografiar la obra de Renzo Piano para el centro Botín. Sin despreciar alguno de sus aspectos más llamativos como el abrirse a la bahía sin constituir un muro frente al mar, la integración con el parque (que no con la ciudad), las pasarelas voladas, la iluminación de las salas (no apreciable en todo su valor por la exposición de esculturas), no dejó de sorprenderme -negativamente- el carácter tan "sixty" de su estética exterior.

Por eso tenía especial interés en ver la propuesta de Saura realizada a mayor gloria de la familia Botín y como tal, iniciada con unas imágenes de las montañas y prados de Cantabria y de su capital, Santander. Por cierto y ya que aparece el término "capital" ¿dónde está la industria y el comercio que dan origen al banco?

Resulta fascinante el proceso de construcción de un edificio. Fascinación que sigue teniendo, porque su padre era un constructor, quien ha diseñado el Centro Pompidou, el Museo de Arte Kimbell, el centro Jean-Marie Tjibaou o The Shard, entre otros. Y un proceso que va corrigiendo los primeros planteamientos, más ortogonales, por una acabado más "naturalista" gracias a la incurvación de lo que antes eran aristas y  por la piel de cerámica que proporciona mayor luminosidad a toda la estructura.

No se trata aquí de evaluar la excelencia arquitectónica de uno de los creadores más exquisitos de la posmodernidad sino de reflexionar sobre una película de la que lo más destacable visualmente es el traveling (digital) que realiza el recorrido desde los jardines de Pereda hasta el mismo mar a través de la pasarela colgada sobre la bahía y los pies de los visitantes sobre el suelo traslúcido el día de la inauguración. También es altamente valorable que en una obra que se termina convirtiendo en pura hagiografía tanto del artista como del comitente no se hayan escamoteado las críticas negativas de arquitectos y urbanistas autóctonos y del público en general al proyecto concreto y a otras actuaciones arquitectónicas en la bahía santanderina.

No hace falta decir que las reflexiones del genovés Renzo Piano son de una elegancia, una exquisitez, una belleza y un interés tal que, por sí solas, hacen recomendable la película.


PedroPinho: La fábrica de nada (2017)
Portugal
Productora: Terratreme filmes.
Duracción: 177minutos

Sinopsis: Una noche, un grupo de trabajadores se da cuenta de que la administración está robando maquinaria y materiales de su propia fábrica. Cuando se preparan para organizar el equipo y la producción, se les obliga a no hacer nada, como represalia, mientras las negociaciones para su despido están en marcha. La presión desencadena una revuelta entre los trabajadores, lo que afectará a todo lo que les rodea. (FILMAFFINITY)

Avalada por diversos premios y por excelentes críticas, me atreví con esta película que, perdón por ser tan franco, me ha parecido un ejercicio extemporáneo dedicado a lo mismo que produce la fábrica: nada.

Es verdad que no se integra en la sección oficial y que como manera de estar al tanto de lo que se realiza en Portugal (esa parte de nosotros mismos tan cercana y tan lejana al mismo tiempo) resulta un buen ejercicio. Es una instantánea de un país sometido a una profunda crisis económica, esquilmado por sus clases dirigentes que padece la obsolescencia de su sistema productivo y de su "intelligentsia" política y social. Eso si hacemos caso de lo que se deriva de la propia película, no de lo que dice. A que nos suena la situación.

Y cuidado que es interesante el argumentario que se desparrama a lo largo de casi tres horas, pero para ser leído con tranquilidad, no para ese sermón que se apoya en unos planos sin principio ni fin entre los que resulta casi imposible encontrar uno solo significativo. Y si tiene alguna coherencia -dentro de una obra de creación- el desesperado discurso de los obreros, las reflexiones de los "intelectuales" con su verborrea marcusiana y sesentayochista explica perfectamente por qué la izquierda europea no ha podido celebrar, como parecía haber merecido, el cincuentenario del mayo francés.

No sé dónde han podido encontrar algunos críticos la ironía o la diversión. Se trata de un film pretendidamente realista que resulta tedioso, deslavazado, rodado como un documental del que apenas se puede destacar ¡la secuencia del  musical! Y no me refiero, precisamente, a la ejecución antimelódica en aquel antro cutre especie de siniestro total diseñado a mayor gloria de uno de los protagonistas.

En el arte es imposible despegar la forma del contenido. Pero eso no significa que buenas ideas hayan generado excelentes obras de arte. Al contrario. Muchas de ellas, con profunda cargas social, han perecido a manos de nefastas formulaciones plásticas. La rabia puede funcionar como motivación artística pero una película es un tipo de arte excesivamente complejo para ser capaz de transmitir con frescura un grito tan desgarrador.

Y, en cuanto a filosofía, podríamos decir que la expresión más atinada termina por ser, desgraciadamente, la que hace referencia a los tupperware.


Denys Arcand: La caída del imperio americano (2018).
Canadá
127 minutos


Con una carrera notable a sus espaldas (El declive del imperio americano, 1986; Las invasiones bárbaras, 2003) incluido un Óscar a la mejor película de habla no inglesa, la película de Arcand (no menos comprometido con su sociedad y con su tiempo que Pedro Pinho) realiza en La caída del imperio americano una  reflexión sobre el mundo capitalista actual vitriólica, divertida, irónica y a veces hasta brillante.

¿Qué haría usted, altruista filosófo dedicado profesionalmente a la mensajería (porque se gana más con esta actividad que dando clase con la primera) si de repente pudiese aprovecharse de unos cuantos millones de dólares?

Este planteamiento, un tanto traído por los pelos es verdad, lleva al protagonista a buscar socios en un delincuente salido de prisión gracias a sus estudios de economía, una scort de lujo, un asesor financiero corrupto (algunos malpensados dirán si no sobra el calificativo), una antigua novia y un ladronzuelo de poca monta.

Desgranando perlas filosóficas a cada trecho, incidiendo burlescamente en las prácticas económicas actuales, criticando la superficialidad de apreciaciones basadas en lo externo, ofreciendo una imagen lujosa de cierta parte del mundo cuando los desposeídos aparecen a lo largo de toda la película como recordatorio, y, sin que ello sea menos importante, poniendo encima de la mesa la inmoralidad de la policía que no duda en usar pruebas falsas para justificar su poco operativo trabajo con el delito más execrable que, parece, puede comerterse ahora: el sexual.

La factura es, se le podría achacar por cierta parte de la crítica, muy americana, pero no sé por qué eso habría de ser un handicap. Está bien contada y la agilidad narrativa hace que las imágenes no necesariamente tengan que ser algo más que el vehículo de trasmisión de un contenido. Vamos, que no se notan. Me parece que tendrá un aceptable recorrido comercial porque posee una intriga bien desarrollada y, encima, un final feliz.

La fábrica de nada y La caída del imperio americano tratan de lo mismo. Son reflexiones ácidas sobre un momento grave de nuestra historia como sociedad, como civilización. Hay sitio para todo en la viña del señor. Para todo menos para el aburrimiento, que el arte es extenso y la vida, breve.

Ha obtenido el premio Fipresci (Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica) en Seminci 2018


Ali Abbasi: Gräns (2018)
Suecia
Productora: Meta Spark Kärnfilm
108 minutos

Sinopsis: Tina es una agente de aduanas reconocida por su eficiencia y por su extraordinario olfato. Da la impresión de poder oler la culpabilidad de un individuo. Pero cuando Vore, un hombre aparentemente sospechoso, pasa junto a ella, sus habilidades se ponen a prueba por primera vez. Tina sabe que Vore oculta algo, pero no logra identificar qué es. (FILMAFFINITY)

Cada festival de cine va haciéndose a medida de los años su propia personalidad, por ello no es raro oír a los espectadores la expresión: "esto no es de Seminci" y, por una vez, casi estoy tentado a darles la razón puesto que, con independencia de su éxito en Cannes, más podría haberse programado en Sitges.

Una guardia de fronteras es capaz de detectar por el olfato a los delincuentes. La detención de uno de ellos, vinculado al tráfico de recién nacidos y a la pederastia, crea el hilo conductor básico al que se le añade el encuentro con otra persona con la que está unida existencialmente y que va a provocar un cambio radical en su vida.

Desaforada, desagradable y hasta repulsiva, en las imágenes que narran los encuentros sexuales de ambos personajes posee un cierto atractivo visual que inquieta y acongoja.

Basada en un relato corto de John Ajvide Lindqvist, me parece un poco forzado realizar su análisis en base a considerarla una fábula sobre el respeto a la diferencia (todos somos diferentes). No obstante, la película -siempre en el filo de lo risible- es una obra oscura en lo visual y heterogénea en los planteamientos a los que da forma el guión: ciencia-ficción, alegato ecologista, defensa de la diversidad sexual, rapto e intercambio de bebés, thiller... todo ello con una puesta en escena oscura y opresiva que, desde mi punto de vista es, incluso por encima de las caracterizaciones y la actuación de los protagonistas, lo mejor de la película.


Matteo Garrone: Dogman (2018)
Italia/Francia
Productora: Archimede / Le Pacte / RAI / Eurimages
120 minutos

Sinopsis: 1988. Pietro De Negri regenta una peluquería canina a las afueras de Roma. Pero bajo esta tranquila profesión se esconde un oscuro pasado. (FILMAFFINITY)

Aclamado por su Gomorra (2008) Garrone vuelve a Castel Volturno para realizar un film que está a camino entre el neorrealismo y el western. Al primero pertenece el sórdido ambiente de un pueblo en decadencia y el personaje principal (extraordinaria interpretación de Marcello Fonte, ganador del premio al mejor actor en Cannes) dedicado al cuidado de perros y narcotraficante de mínima importancia. Este minúsculo individuo en lo físico y lo moral, al que solo le salva el amor por su hija y por los perros, se encuentra sometido a las vejaciones (y aquí entra el esquema de la película del oeste) de un matón que lo usa y que lo maltrata. La transformación de este alfeñique en un auténtico vengador para recuperar el crédito que ha perdido en su comunidad provoca un estallido de violencia que sorprende y acongoja.

Una violencia que parece desorbitada y que nos aboca a la reflexión de dónde se encuentran los límites del individuo.

No es de extrañar que se haya citado a Peckinpah y a De Sica entre sus posibles referencias. La historia está excelentemente contada y aunque, por lo general, se ha dicho de ella que no está a la altura de Gomorra es una obra de un cierto interés.

Y ahora viene lo mejor. Y para aquellos que defienden la necesidad de que el cine esté vinculado a la vida. La trama está basada en un personaje real, Pietro de Negri "Er canaro", sobre cuya peripecia vital no voy a dar noticia dejando al curioso lector que se adentre en los sórdidos aspectos y dé las gracias al director del film por haber sido tan poco fiel a la realidad.


Erik Poppe: Utoya 22. Juli (2018)
Noruega
Producción: Paradox Film 7 / Programa MEDIA de la Comunidad Europea / Nordisk Film / Norsk Filminstitutt
93 minutos

Sinopsis: Conocemos a Kaja, una joven de 18 años, apenas 12 minutos antes de que comience la matanza en el campamento de verano de la isla noruega de Utøya, el 22 de julio del 2011, en el que fue el peor día de la historia moderna de Noruega. Los jóvenes acampados saben de la bomba explosionada por un terrorista en Oslo, pero desconocen que Anders Breivik se encuentra en la isla con la intención de matar a cuantas más personas mejor. (FILMAFFINITY)

El 22 de julio de 2011, Anders Behring Breivik provocó un atentado en Oslo que dejó 8 muertos y 209 heridos. Poco después se desplazó a la isla de Utoya donde se desarrollaba un campamento juvenil del partido laborista noruego y comenzó a disparar indiscriminadamente contra los jóvenes provocando 69 muertos y 110 heridos.

La película de Poppe, fotógrafo de guerra en sus orígenes, es de una brutalidad acongojante. Y no porque se muestre el resultado de los disparos (lo hace en contadas ocasiones) ni porque aparezca el asesino disparando su fusil o su pistola (únicas armas usadas) que solo es visible, y a lo lejos, durante breves segundos sino porque prácticamente en tiempo real y en un plano secuencia del que hace protagonista absoluto a un personaje de ficción nos obliga a identificarnos con Kaja (Andrea Berntzen)  y con las diversas vicisitudes que le dan forma.

Su compromiso social, sus preocupaciones familiares (está en el campamento acompañada por su hermana menor) su solidaridad con los heridos...  pero también la incomprensión e incluso el rechazo del que es objeto cuando intenta protegerse del tiroteo. Esos momentos terribles nos ponen frente a nuestros más heroicos comportamientos y los egoísmos más viles.

La acompañamos en su deambular, nos hacemos partícipes de su terror, nos solidarizamos con ella y con sus amigos con el convencimiento, porque ya conocemos la historia, de que muchos no van a salir indemnes de la isla.

Desde el punto de vista de la realización, discrepo del (y me mareo con) continuo movimiento de la cámara. En 1969, Juan de la Cierva y Hoces, sobrino del inventor del autogiro, recibió un óscar honorífico por el dynalesk, un estabilizador óptico que la evitaba y acerca el cine a la experiencia visual humana que corrige cerebralmente ese traqueteo. El cine es ficción incluso cuando cuenta una historia -si no real- basada en documentos y en testimonios de quienes la sufrieron y que han quedado traumatizados por ella (hay algún que otro film al respecto). Ese efecto de cámara al hombro es una concesión innecesaria a la TV y, desde mi punto de vista, no proporciona mayor veracidad a algo que de por sí es una obra obra de arte.

Sea como fuere, de una forma efectiva -que no efectista- adoptamos la perspectiva de la víctima. Es el mayor logro de la película. Los muertos por el terrorismo son muertos, sea cual sea su ideología y la de los homicidas. No es necesario intentar comprender nada más. No debe haber explicaciones. Ni económicas, ni sociológicas ni psicológicas. Es por ello por lo que la moralina de los títulos finales me resulta totalmente innecesaria.


Yeo Siew Hua: A Land Imagined (2018)
Singapur
Producción: Akanga Films Asia, Films de Force Majeure, Volya Films.
95 minutos

Sinopsis: Wang, un trabajador chino que vive en el área industrial de Singapur sufre un accidente en el trabajo y está ansioso por la repatriación. Incapaz de dormir, comienza a frecuentar un cibercafé en medio de la noche. Con la esperanza de encontrar alguna forma de contacto humano en una tierra que lo hace sentir alienado, hace una amistad en línea que termina siendo mucho más siniestra de lo esperado. Cuando Wang desaparece repentinamente, el policía Lok es llamado a investigar la historia descubriendo una verdad inesperada. (FILMAFFINITY).

Me resulta difícil valorar positivamente (aunque venga acreditada como la mejor película del Festival de Locarno) una película que posee un absoluto desprecio por las mínimas normas narrativas. Incluso tengo la impresión que ese pretendido mundo onírico, surreal, no es sino la consecuencia de ese defecto de base y no al revés. No necesariamente me interesan las películas fáciles pero siempre que una película no es entendida por una inmensa mayoría de los espectadores, el problema suele ser del emisor y no del receptor.

Y cuidado que la historia podría haber dado de sí: la búsqueda de un trabajador inmigrante desaparecido por parte de un oficial de policía que se identifica con el buscado puesto que ambos poseen el mismo problema: el insomnio. Y de base, la explotación de los inmigrantes que deben hacer frente a ingentes deudas y a quienes se les retira el pasaporte dejándolos como única vía de escape el mundo virtual dado que ni siquiera la supuesta amistad interracial puede considerarse sólida.

Pero las secuencias, con sus problemas de continuidad, parecen estar diseñadas para despistar al espectador Las cosas suceden y no sabemos por qué, ni siquiera se nos insinúa su origen o su finalidad. El pulso narrativo brilla por su ausencia aunque la fotografía posee un cierto interés.

Por salvar algo, el poético juego de palabras con el que se indica la posibilidad, dentro de la misma isla, de viajar a los territorios extranjeros de los que se ha importado la tierra que sirve para ampliar el 25 por ciento de su extensión durante el último siglo. Demasiado pobre alegato contra el concepto de nación que tanto parece preocuparle al director del film.

Ha sido galardonada con el premio a la mejor fotografía en Seminci 2018.



Til Schweiger: Honey in the Head (2018)
Alemania
Barefoot films/Warner Bros.
137 minutos


Sinopsis: Un tierna, quizá en exceso, reflexión sobre el alzheimer protagonizada por un abuelo (que acaba de perder a su esposa) y su nieta (con unos padres que mantienen una compleja relación sentimental) que buscan en Venecia los recuerdos del viaje de novios del primero.

Se trata de un "remake" del film alemán Honig im kopf (2014) del mismo director realizado desde una óptica completamente americana y con unos medios acordes con su producción por parte de la Warner. Como no vi el primero resulta imposible establecer comparaciones, aunque a falta de cartel de la nueva, pongo -a título de curiosidad- el de la vieja.

Pero sí realizar alguna reflexión sobre el film que pudimos ver destinado a la sesión de clausura. Parte del elenco técnico presente en el acto, pidió disculpas por el acercamiento humorístico a un tema de tanta trascendencia como es el que nos ocupa. Y es aquí donde quiero centrar la reflexión.  Como película de humor familiar funciona perfectamente. Es graciosa, aunque algunas veces previsible; se deja ver muy bien; las interpretaciones son más que aceptables (me planteo la dificultad que ha debido tener rodar con unos actores de personalidad tan marcada como Kick Nolte, Matt Dilon, Emily Mortimer, Jacqueline Bisset...); resulta respetuosa con todo el mundo salvo con Trump y tiene un final (hasta donde ello es posible) feliz...

No resulta extraño que alguno de los espectadores que aplaudieron la película más allá de lo que dicta la cortesía de Seminci (no soy partidario de silbidos ni pataleos pero el aplauso educado tampoco es imprescindible porque así no hay forma de saber lo que opina el público) pensase que se trataba de un pastelón. Y sin embargo ¿quién se abstiene absolutamente de pasteles, tartas y merengues? La Seminci nos ha acostumbrado a una visión dramática de la existencia a través del cine y resulta hasta extraño sentarse a presenciar una película amable. Pero la vida va más allá de las continuas derrotas. Hay progreso en la humanidad. No siempre triunfa el mal. Hay placer sano que no debe ser purgado por continuo remordimiento. Aunque hay oscuridad también hay luz y otras formas de entender la vida en sus infinitas y complejas relaciones.

Otro asunto es si tanto el medio como el desarrollo del tema son los adecuados para tratar un problema que afecta en nuestro país a un millón doscientos mil mayores y que incide directamente en otros seis millones de personas consumiendo no solo los recursos sino la propia existencia de los familiares que se encuentran alrededor de los enfermos cuyos recuerdos, antes de desaparecer, comienzan a pegarse unos a otros en su cerebro como sí estuviesen mezclados con la miel que proporciona el título a la película.

Eso habría que planteárselo a los cuidadores. En ningún caso creo que el guionista dé recetas diferentes a las que cualquier médico emplearía en su consulta.

Supongo que tendrá un aceptable recorrido comercial.


Gastón Duprat: Mi obra maestra (2018)
Argentina
Producción: Televisión Abierta; Arco Libre; Mediapro
100 minutos

Sinopsis: Arturo (Guillermo Francella) es un galerista encantador e inescrupuloso. Renzo (Luis Brandoni) es un pintor hosco y en decadencia. Si bien los une una vieja amistad, no coinciden en (casi) nada. El galerista intenta por todos los medios reflotar la carrera artística de su amigo, pero las cosas van de mal en peor. Hasta que una idea loca y extrema aparece como una posible solución. (FILMAFFINITY).

La crítica ha mostrado sus reparos a esta obra que sigue a la exitosa El ciudadano ilustre (2016) que, realizada junto a Mariano Cohn, se hizo acreedora a numerosos premios entre ellos la Espiga de plata y el Mejor guión en Seminci 2017. Como muestra elijo algunas de ellas (perdonadme que no cite a sus autores pero podéis rastrearlos en Filmaafinity): "...dardos envenenados pero dianas demasiado fáciles; trama menos trabajada que en «El ciudadano ilustre». Es una sátira (...) algo complaciente. Nunca es capaz de definir de qué quiere hablar, diluyéndose entre todas sus posibilidades. Uno podía encontrarles muchos defectos a las películas previas pero aburridas nunca eran. Esta, por momentos, lo es. Escenas descuidadas.

Bueno, pues a pesar de ello la gente aplaudía y salía satisfecha de lo que había visto. Vuela en todo lo que llevamos escribiendo un problema que se deriva de la compleja forma de ser del cine. ¿Arte o industria? ¿Forma o contenido? ¿Trascendencia o superficialidad? ¿Realismo o ficción? Resulta curioso ver cómo, para realizar una crítica, vamos saltando sistemáticamente entre criterios en función de nuestras opiniones (más o menos fundadas), nuestra manías (que se acentúan con la edad) o nuestro estado de ánimo que -sistemáticamente- no puede ser idéntico en todos y cada uno de los momentos de nuestra vida.  No pude verla cuando fue presentada a concurso (tampoco, porque estaban agotadas las entradas, cuando se realizó su segundo pase) y pude hacerlo el domingo a la hora del Barça 5 - Madrid 1 cuando se reponen algunas de las que han sido valoradas positivamente a lo largo de la semana anterior. Vino a mi memoria Arte (1994) de Yasmina Reza que, tras el pretexto de una reflexión sobre un cuadro, desarrollaba un desaforado alegato sobre las relaciones humanas. Pues aquí un poco también.

El análisis sobre el obra de arte (a pesar de que el guionista es director del museo Nacional de Arte de Buenos Aires) no está realizada desde el punto de vista del creador (poco o nada hay de reflexión sobre la actividad creativa concreta) sino de la inserción social del arte, esto es, de un mercado falaz que se mueve por criterios ajenos a la propia obra que consagra definitivamente el valor de cambio por encima del valor de uso (aunque sea "espiritual") que un lienzo posee. Y además una agridulce (dulce por la ironía y agria por la verdad que subyace en ella) reflexión sobre los galeristas, los críticos y sobre la sociedad en general. El guión es posible que se note en exceso y dentro del guión la parte literaria (citas, sentencias, aforismos, etc...) por encima del planteamiento plástico. Moralmente, como Match point (2005) de Woody Allen, es reprobable porque al igual que pasaba en la primera, en ésta no nos importa que muera el pazguato españolito con ínfulas artísticas que termina dejando de lado su impulso creativo para trabajar en una ONG. Y eso es mérito de quienes nos hacen vivir la amistad de esos dos simpáticos timadores de poca monta como bien supremo con el que se justifica todo. Y, además, poco importa lo ético aquí porque es una película y todo lo que se desarrolla en ella sigue las reglas establecidas por el autor.

Arranca con una reflexión a propósito de Paisaje norte (2017) de Germán Gárgano (1953) discípulo "sui generis" de Carlos Gorriarena (1925-2007) que es el artista a quien se rinde un homenaje con todas las obras un poco tardo-pop (más que americano, inglés -Kitaj, Hockney y de muy,  muy lejos hasta Bacon) y más propiamente posmodernas que aparecen en el film y quien -de algún modo- proporciona la base humana de Renzo. Termina, cerrando muy coherentemente con esa vuelta a la naturaleza como fuente estética, haciendo una reflexión sobre la muerte delante del Cerro de los catorce colores en Humahuaca, Jujuy, que da título al lienzo de inicio.

Cuando esté disponible en vídeo la veré con mis alumnos.

Para desesperación de críticos, supongo, ha sido Premio del público en Seminci 2018




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